El siglo XIX es el siglo de la pérdida de las colonias y de las revoluciones, científica, industrial, artística… unos cambios que harán que incluso el arte del diecinueve se haya diluido, y en algunos casos haya sido visto de forma despectiva.
Y es que este será también el siglo de los movimientos artísticos vertiginosos, hasta la fecha un estilo podía durar centurias y en este arte decimonónico los estilos se suceden, se solapan de manera continuada y se inician como reacción contra el anterior.
El neoclasicismo se ve contrarrestado por un romanticismo que surgirá de la inspiración en la naturaleza. París será la capital en el siglo XIX y en ella se mirarán todos los artistas y estilos que surgirán al socaire de estos movimientos.
En esta sucesión de tendencias surgirá primero el gusto clásico de la Academia, el Romanticismo y el Realismo, que conviven. Y más tarde, impresionismo, postimpresionimo puntillismo, simbolismo y prerrafaelismo. Toda una miríada de estilos que tendrán en la capital francesa y en el Reino Unido sus mayores exponentes.
En España, los artistas que se adscriben a los movimientos citados se trasladarán a Francia, capital europea del arte en esta época, para realizar sus creaciones.
Será el modernismo el lenguaje más europeo y que tendrá en España referentes significativos con artistas como Ramón Casas (1866-1932), Santiago Rusiñol (1861-1931) o Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959).
En algunos autores, podemos leer que las obras de estos pintores modernistas, no así el estilo en sí, están relacionadas con la pintura de nuestro protagonista.
Joaquín Sorolla y Bastida, nacido el 27 de febrero de 1863, compartirá temas con los artistas citados. Todos ellos representarán paisajes, personajes anónimos, mujeres trabajadoras, toilettes, en ambientes en los que la presencia de la luz, de la atmósfera, de los momentos fugaces será preponderante.
En Sorolla, encontramos ese luminismo que llega a la retina del espectador y que conforma esa alegría de la luz mediterránea. Vicente Blasco Ibañez en su prólogo al lector en Flor de Mayo dice:
“Sorolla pinta el oro de la luz, el color invisible del aire, el azul palpante del Mediterráneo, la blancura transparente y sólida al mismo tiempo de las velas, la mole rubia y carnal de los grandes bueyes cortando la ola majestuosamente al tirar de las barcas”
En algunos casos, esta mediterraneidad o lo levantino, fue vista por los artistas de la generación del 98 como los aspectos más vitalistas de lo Mediterráneo.
Este aspecto de la plástica sorollesca era explicado así por Miguel de Unamuno en De arte pictórica
“…Se puede dividir la pintura del 98 en España en dos bandos, la vasco-castellana y la valenciano-andaluza. La primera representando lo austero y grave, lo católico de España, tomando como ejemplo la obra de Zuloaga (1870-1945) y la España pagana, progresista, animosa, con ganas de vivir que representa Sorolla”
Nunca le gustó a Joaquín Sorolla esta dicotomía. Un paganismo que casaba poco y mal con la religiosidad personal del artista y su familia y con algunas obras, poco conocidas que formaron parte de la colección privada de la familia como la que representa a Santa Clotilde (Santa en Oración de 1888, Museo del Prado) que acompañó a la familia en todas sus moradas y que podemos ver representada en el majestuoso retrato Clotilde en traje negro (1909) del Metropolitan Museum of Art o la Virgen María de 1887 del Museo de Bellas Artes de Valencia o El beso de la Reliquia. 1893 del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Tras su paso por la Academia y sus viajes a Roma y Asís se instala en Madrid dejando su Valencia natal y comienza un programa de exposiciones en galerías nacionales e internacionales. El galerismo francés y británico le va a acoger con importantes ventas, y por ende éxitos que le avalarán para la consecución en 1900 del Grand Prix de la Exposition Universelle de París por Triste Herencia y la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes (España) al año siguiente.
En 1908 expone en Londres en la Grafton Gallery donde fue presentado como el pintor más importante del mundo y será el momento clave para su salto a Estados Unidos al conocer a Archer M. Huntington. En febrero de 1909 inaugurará su primera exposición en la Hispanic Society de Nueva York y hasta la inauguración de la magna decoración de la biblioteca de la Hispanic Society de Nueva York se contarán por éxitos sus exposiciones americanas.
Hasta su fallecimiento el 10 de agosto de 1923, Joaquín Sorolla no dejó de pintar ya fuese en lienzos o en su cabeza porque como dijo en una de sus entrevistas a Thomas R. Ybarra, periodista de la revista The World’s Work:
“¿Que cuándo pinto? Siempre. Estoy pintando ahora, mientras lo miro y hablo con usted”.
Autora: María Hernández-Reinoso. Historiadora de arte y guía cultural.