No hay nada que enseñe más que viajar a un pasado que quedó estático. Que se pasea, que se toca, que se huele. Paterna lo permite con un barrio de cuevas que rememoran un tiempo de carencia, de exilio interior y de nuevas esperanzas a pesar de las dificultades. Blanco andaluz, ocre africano, chimeneas que respiran, calles encajonadas.
Vivir en la cueva parece algo prehistórico para un joven criado con un teléfono de última tecnología en las manos. Sin embargo, no hace muchas décadas era usual. Bien lo saben en Paterna, donde sus cuevas-casa son hoy de las más reconocidas de España gracias al cine de Pedro Almodóvar. Si en el anterior reportaje en forma de visita digital repasamos la trayectoria cinematográfica de Berlanga, hoy viajamos con Almodóvar, un director que quiso trasladar en “Dolor y gloria” una zona para muchos desconocida pese a situarse a escasos kilómetros de Valencia capital. A propósito de la película se multiplicaron las visitas y el Ayuntamiento local acondicionó la zona con una rampa para superar las barreras arquitectónicas.
La tradición morisca reportó viviendas excavadas sobre un terreno con especiales características geológicas y ubicadas en núcleos de transición entre la huerta y el secano. La gente humilde (a nivel económico) se vio obligada a excavar sus casas en la calcárea y arcillosa roca, lo que permitían unas condiciones nada fáciles para la vida, aunque por lo que hace a la temperatura, la estructura pétrea ofrecía una especial calidez en invierno y frescor en verano.
En 1824 aparecen 38 cuevas habitadas censadas manteniendo, a partir de ese momento, un crecimiento continuado, ya que a mitad del siglo XIX había alrededor de 200 cuevas, ocupadas por un 35% de la población; y en el siglo XX, tras la guerra, se alcanzaría las 509 cuevas. Después llegaría el desarrollismo y las familias fueron aspirando a nuevos barrios, por lo que en los años noventa se contabilizaban poco más de cien cuevas en la localidad. En la actualidad quedan algunas habitadas pero la mayoría cuentan con una aspiración turística y cultural.
A lo largo de los años se establecieron dos tipologías de construcción, una aprovechando los desniveles en el terreno para establecer fachadas y otras “enclotades”, es decir enclavadas en agujeros excavados a través de un patio comunitario. Las primeras fueron excavadas en función de la necesidad de cada familia, estableciéndose diferentes estancias y un patio interior que ofrece luminosidad. Por su parte, el segundo tipo puede llegar a comunicar varias casas, con espacios para los antiguos trabajos.
La zona ofrece una gran posibilidad cultural gracias a la colindante Torre de Paterna, también declarada bien de interés cultural. Datado su origen en el siglo XI, es tal su importancia que incluso la recoge el escudo municipal de Paterna. Veinte metros de potentes vistas para proteger al municipio y a la zona de la capital. Recibirá nuestra atención en una próxima entrega.